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La ultraderecha contra la «mafia caviar»


19 minutos

Son golpistas.
Son xenófobos.
Son antivacunas.
Son fanáticos religiosos.
Son homofóbicos.
Son antifeministas.
Son neofascistas…
Y están convencidos de que existe un diabólico plan global para instaurar en su país un régimen comunista. Son los grupos de extrema derecha peruanos que, con su renovado protagonismo, se han convertido en el colectivo más peligroso del convulso panorama político de Perú. Se trata de un movimiento diverso y heterogéneo que coincide, en parte, con las ideas e intereses de las élites más conservadoras de este país que han visto disminuidos su poder, su capacidad de influencia y sus privilegios y que hoy dicen sentirse amenazadas por esa ola progresista que denominan «la mafia caviar».


—¿Traes un arma?

Levanto los brazos. El tipo revisa mis bolsillos sin dejar de mirarme a los ojos, como esperando que confiese. No, le digo, es mi teléfono el que genera ese bip-bip-bip que resuena en su detector de metales. Me gustaría preguntarle por qué alguien llevaría un arma a una charla titulada «En defensa de la constitución», como dice el afiche que me pasaron por WhatsApp, pero no debo: conviene que el tipo crea que soy uno de ellos. Así que solo sigo su voz militar que me ordena tomar el ascensor al piso 13. Allí, en una sala de conferencias, un joven dirigente de La Resistencia, de traje y corbata, está de pie y vocifera junto a una bandera blanca con un león dorado en posición de ataque.

—¡Quieren llevar a nuestra sociedad por un camino experimental, el comunismo! Y en ese trayecto van a destruir nuestra democracia, la Constitución que hemos logrado con el presidente Fujimori. ¡Pero los peruanos no somos ratas de laboratorio! ¡Ningún socialista comunista va a venir a experimentar con nosotros sus pelotudeces ideológicas! Como lo hicieron en Rusia, Cuba, China, Venezuela, y ahora Argentina y para allá va Chile. ¡No lo vamos a permitir! Y este foro marca el inicio de una batalla en contra de los avances del comunismo, en contra de la ideología de género, porque el comunista lo que quiere es destruir la patria para entregársela al comunismo criminal internacional Foro de Sao Paulo ¡y no lo vamos a permitir! 

Es una noche de diciembre de 2021 en San Isidro, el centro financiero de Lima. Unas 25 personas, entre hombres y mujeres, vestidos como oficinistas, estallan en palmas y ovaciones, en una escena parecida a la de un culto evangélico, aunque estas personas no estén necesariamente cerca de que aquello llamado «amor al prójimo».

De todos los grupos que se crearon para que la extrema derecha gane las calles de Lima a punta de marchas y protestas en los últimos años, es La Resistencia el más organizado y el que más violencia proyecta contra todo lo que se perciba como «rojo», «caviar», «izquierda» o «comunista». 

Todo el país los ha visto salir a marchar para defender sin pruebas la narrativa del fraude en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de junio de 2021. Llaman al gobierno de Pedro Castillo «usurpador y terruco». Realizan actos de acoso y hostigamiento a los periodistas que cubren las protestas y que los investigan. Se han plantado frente a los domicilios del presidente del Jurado Nacional de Elecciones, o del fiscal del Caso Lava Jato, quien acusa por lavado de activos a Keiko Fujimori, la hija del dictador preso por corrupción y crímenes de lesa humanidad. Organizan marchas contra las vacunas, a las actividades por los derechos de las mujeres las llaman «feminazismo» y difunden mensajes homofóbicos en sus redes sociales. En julio de 2021, se atrevieron incluso a traspasar con violencia las rejas de seguridad que protegían el Palacio de Gobierno, que entonces ocupaba el presidente Francisco Sagasti, como imitando la toma del Capitolio de los Estados Unidos. Hay decenas de videos en los que, con el respaldo de sector más reaccionario de las élites de derecha, aparecen hostigando en las calles a periodistas, artistas, activistas que piensan distinto a ellos. Hechos como esos, por los que la policía peruana investiga a este grupo, también motivan los aplausos fervorosos de esta noche de diciembre en Lima. 

—¡Y seguiremos en pie de lucha! Defendiendo los principios: Dios, Patria y Familia. Son las cosas que quieren destruir. Nuestra fe cristiana, aceptando la fe extranjera, como la religión islámica que es extremista, terrorista. ¡Para eso los caviares sí les abren las puertas! Como miembro de La Resistencia me siento orgulloso de protestar y levantar mi voz a favor de mi patria.

La gente aplaude otra vez. Entonces una señora muy maquillada se acerca para obsequiarme un ejemplar de la Constitución Política de 1993, uno tan diminuto como una caja de fósforos. Me mira unos segundos, nota que apunto cosas en mi libreta.

—Usted es nuevo, ¿no? —me pregunta— ¿Quién lo invitó? 

Maelo me había invitado a la charla. Juan José Muñico Gonzales (que se hace llamar Jota Maelo en honor a un viejo salsero) es el fundador de La Resistencia. Es un tipo flaco de 43 años, piel cobriza, nariz aguileña, y obrero de una fundición, que hasta hace poco se definía en Twitter como: «Anticomunista de nacimiento, pastor de carneros NAKos y striper de las terrucas aguantadas».

—Me considero un hombre de derecha extrema —me dijo cuando le pregunté sobre su pensamiento político, algo sobre lo cual, le había dicho, me interesaba escribir—. Pero sobre todo soy «albertista».

Antes de fundar su colectivo radical, Muñico Gonzales llevaba algunos años tratando de reivindicar lo que fue, según él, «el mejor gobierno de la historia del Perú». Primero integró el Frente Fujimori Libertad y después fundó el Movimiento Terrorismo Nunca Más. Hasta que, en septiembre de 2018, decidió salir a protestar en el centro de Lima con un grupo de amigos en apoyo de Pedro Chávarry, el exfiscal supremo investigado por corrupción en el caso Los Cuellos Blancos del Puerto (también llamado el caso de los CNMAudios), que reveló un esquema de profunda corrupción en el sistema de justicia peruano. Para Muñico, el caso de Chávarry era parte del plan de «la mafia, de la izquierda caviar y las ONG filoterroristas como el IDL (Instituto de Defensa Legal), envuelta en la corrupción de Odebrecht».

Muñico Gonzales es hoy el personaje más turbio de este grupo extremista: fue procesado (aunque luego su caso fue sobreseído) por el asesinato de un veterano combatiente de la guerra del Cenepa, que tuvo lugar en los años noventa entre Perú y Ecuador, y hoy ya tiene tres querellas y una condena de un año de prisión suspendida por el delito de difamación agravada, luego de que calificara al IDL como «organización criminal».

A pesar de esos antecedentes, su forma de hacer política increíblemente capta más adeptos cada día en Perú. Según Muñico (que alguna vez planteó la idea de que su grupo portara armas en caso de «una guerra civil»), La Resistencia tiene ya 200 miembros (con integrantes incluso fuera del Perú) debidamente acreditados, aunque no cualquiera es admitido. «Sabemos quiénes son, están filtrados», dice, «les pedimos el Twitter, el Facebook, ahí buscamos las publicaciones y vemos quiénes son. Hacemos un trabajo básico de inteligencia, porque si hay un infiltrado puede soltar información y nos cae por ahí la policía y nos frustra todo.»

Lo más peligroso para la sociedad peruana es que su discurso ha tenido tal nivel de exposición e influencia que no solo se ha visto respaldado por figuras emblemáticas de la élite política más conservadora (como los políticos que integran la Coordinadora Republicana), sino que de su matriz han surgido otros grupos, incluso más radicales y extremos: Los Insurgentes, liderados por Flor de los Milagros Contreras, que fue detenida en 2021 por resistirse a cumplir las normas de bioseguridad en pandemia; y Los Combatientes del Pueblo, con Roger Ayachi, su miembro más visible y a quién se le puede ver en sus publicaciones de redes sociales hacer el saludo nazi con el brazo derecho levantado. Muñico, sin embargo, busca diferenciarse.

lo más peligroso para la sociedad peruana es que su discurso ha tenido tal nivel de exposición e influencia que se ha visto respaldado por figuras emblemáticas de la élite política más conservadora

—Ellos han pertenecido a La Resistencia en su momento, pero han decidido hacer su colectivo tal vez por «buscar protagonismo». Otros son gente más radicales, creen que las antenas 5G producen el virus, creen que las vacunas tienen chips que controlan a las personas por el «Nuevo Orden Mundial», que si te vacunas te va a salir una cola, te vas a convertir en un imán humano y se te va a pegar el celular en su hombro, y otras cosas ya muy paranoicas. Yo no creo en eso, tampoco me he vacunado, pero claro, cuando hay un objetivo común, participamos juntos en las marchas. Son amigos, compañeros.

Basta asistir a las marchas y plantones a favor de la vacancia o destitución del presidente electo Pedro Castillo para saber que es así. La mañana de principios de diciembre de 2021 en que lo conocí durante un plantón frente al Congreso de la República, pude contar a varios colectivos de derecha radical junto a las banderas blancas y el león dorado de La Resistencia con su lema «Patria Dios y Familia». Allí estaban La Insurgencia y Los Combatientes del Pueblo, y La Sociedad Patriotas del Perú, y el Frente Justicia Perú y el Colectivo Ciudadano por la Democracia y el Movimiento Democrático Antiterrorista: entre todos eran por lo menos un centenar de personas con camisetas de la selección de fútbol y cascos negros y ropa de camuflaje militar y banderas blanquirrojas, con carteles y gigantografías y que exigían con sus altavoces: «¡Vacancia a la Bestia Comunista!», «¡De día Presidente, de noche delincuente!», «¡Congreso, sin miedo, vacancia a Sendero!», «¡Fuera, terruco, fuera!». Algunos peatones que no tenían nada que ver en las protestas pasaban de lado y miraban a los extremistas con extrañeza, sacaban fotos y no faltó alguna vendedora ambulante que les gritó: «¡Cállense, locos de mierda!»

Cerca del mediodía, también llegaron marchando los sindicatos de maestros y obreros, entre otros colectivos de izquierda, mientras tropas de policías apostados en medio de la Avenida Abancay trataban de impedir un enfrentamiento violento entre las dos marchas, a favor y en contra del presidente Castillo: dos manifestaciones —una claramente más extrema y virulenta que la otra— de lo que hoy es la sociedad peruana.

Un país de extremos

¿A qué se debe entonces que estos discursos radicales hayan calado en cierto sector del país? Para Carlos Meléndez, sociólogo y doctor en Ciencia Política y académico de la Universidad Diego Portales, una respuesta posible es que la sociedad peruana vive, desde hace algunos años y como en muchos otros lugares de América Latina y del mundo, un franco proceso de polarización.

Hay datos que sustentan su postura. Observemos, por ejemplo, los estudios del Barómetro de las Américas que cada año realiza el Latin American Public Opinion Project (LAPOP) de la Universidad de Vanderbilt. En las encuestas realizadas en Perú entre 2006 y 2019, cuando a los participantes se les consultó por su ideología política y se les pidió que se ubicaran en una escala de izquierda (1) a derecha (10), la mayoría eligió el centro.

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«Hasta el 2014, Perú tenía una distribución normal», explica el experto, «es decir, la mayoría se ubicaba al centro y conforme te alejabas de ese centro había menos personas posicionadas en los extremos». Pero si volvemos a observar la evolución de los datos del Barómetro entre ese año y el 2019, además del estudio realizado en 2021 por el grupo de análisis político 50+1, puede notarse que la tendencia hacia la polarización se acentúa: si bien la mayoría de peruanos todavía se identifica con el centro, los grupos que se ubican en los extremos del espectro ideológico, tanto a la izquierda como a la derecha, han ido en aumento.

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Esta tendencia hacia los extremos se debe, en parte, a la profunda crisis política de los últimos años en este país. Desde 2016, cuando Pedro Pablo Kuczynski (derecha tecnocrática) venció en las urnas a la candidata Keiko Fujimori (derecha populista), Perú vive sumido en una serie interminable de conflictos por el poder y grandes escándalos de corrupción (como los casos relacionados a Odebrecht) que ha incluido, entre otros sucesos, la renuncia del propio presidente Kuczynski, el suicidio del expresidente Alan García, la prisión de Keiko Fujimori, la disolución del Congreso y la vacancia de Martín Vizcarra en noviembre de 2020.

El nuevo Parlamento, dirigido por partidos de derecha conservadora, impuso un régimen de facto que generó tal indignación colectiva que sacó a tres millones de peruanos a tomar las calles, pese a una brutal represión policial que dejó dos jóvenes muertos y más de 200 heridos. Todo ello en medio de una pandemia que, en pocos meses, llevó al Perú a sufrir la caída del PBI más calamitosa en América Latina y la mayor tasa de mortalidad por COVID-19 en el mundo.

Perú es un país tan inestable que en 2020 tuvo tres presidentes en una semana. Un país donde el 88% de sus ciudadanos cree que más de la mitad o todos sus políticos son corruptos. Un país donde más de la mitad de su gente toleraría un golpe militar con tal de erradicar la delincuencia. Un país donde el nivel de confianza en las instituciones está entre los más bajos de Sudamérica. Un país fracturado, sin partidos políticos fuertes, con electores que sienten una profunda decepción por sus élites políticas. En este país, desangrado por la crisis sanitaria y económica más feroz de sus 200 años de historia, los discursos extremistas encuentran la pólvora necesaria para provocar una gran explosión.

perú es un país tan inestable que en 2020 tuvo tres presidentes en una semana. un país fracturado, sin partidos políticos fuertes, con electores que sienten una profunda decepción por sus élites políticas

«Como la sociedad peruana se ha ido polarizando, eso ha incentivado a salir del clóset a sectores sociales que se ubican en los extremos ideológicos, y tener un discurso público más radical», explica el politólogo Meléndez. Y han sido, precisamente, las élites de la derecha más conservadora, la DBA, «Derecha Bruta y Achorada», como la llamó alguna vez el director de un diario, las que, con todos sus recursos económicos y poderes mediáticos, han sabido dirigir sus narrativas del odio, apelando a la rabia y al miedo ante una improbable dictadura comunista, sobre todo desde que el Perú Libre, partido de izquierda radical, ganó la última elección presidencial.

Recordemos: en julio de 2021, impulsado por el voto de las regiones andinas, un político outsider como Pedro Castillo, profesor rural y sindicalista, venció a la candidata derechista Keiko Fujimori por un estrecho margen de votos. Era la tercera vez que la hija del dictador perdía una elección y no aceptó su derrota. Con el respaldo abierto o discreto de las élites políticas peruanas (los partidos tradicionales como el PPC, Acción Popular y el APRA), las élites económicas (los propietarios y grandes accionistas de bancos, universidades privadas y del gremios empresarial CONFIEP), las elites mediáticas (como el canal ultraconservador Willax), y las élites intelectuales (incluso exenemigos como el nobel Mario Vargas Llosa), Fujimori alegó fraude sin jamás presentar evidencias de lo que decía, casi calcando la estrategia de Donald Trump tras perder la presidencia de Estados Unidos contra Joe Biden.

Pese a todo ello, los sectores de derechas que la apoyaron hoy vienen impulsando la vacancia de Castillo por «incapacidad moral permanente», una figura prevista en la Constitución, pero que no precisa cómo determinar dicha condición en el Jefe de Estado. Los congresistas aprovechan esa zona gris de la ley para presionar al Ejecutivo: con solo 87 votos echan al presidente. Eso hicieron con Martin Vizcarra en noviembre de 2021. Ahora el Congreso de Perú, controlado por una mayoría opositora al gobierno, ha canalizado el apoyo en un sector de la ciudadanía, sobre todo en las élites, las clases altas y medias altas, con un discurso centrado en la idea de «derrotar al comunismo internacional», en «defender la libertad y la familia» para impedir ser «gobernados por terroristas» y, sobre todo, para que, en un ya clásico discurso cliché de las élites conservadoras extremas de América Latina, Perú no se convierta en Venezuela o Cuba. 

De este modo y en este contexto, los colectivos extremistas terminan siendo útiles para los partidos de derecha (Fuerza Popular, Avanza País, Renovación Popular), sobre todo en plena crisis política actual, que llega a su clímax por los indicios de corrupción detectados en el círculo presidencial y el comportamiento cada vez más errático del presidente Castillo. El objetivo parece claro: generar la sensación de que en las calles también se pide la salida del mandatario y, de esta manera, favorecer el discurso que promueven desde el Congreso controlado por la oposición al actual gobierno.

«Lastimosamente tenemos unas élites que son profundamente ignorantes, cobardes, que viven aisladas del resto de la sociedad, no tienen mayor interés en que sus burbujas sean permeadas por la realidad que viven el resto de sus compatriotas», me había dicho Diego Salazar, columnista del Washington Post y que ha seguido de cerca el comportamiento político de los sectores más privilegiados de Perú. «Por supuesto, hay excepciones. Pero aún así, estas élites, que están de alguna manera facilitando este tipo de comportamientos, piensan que pueden enfrentarse al resto del país, básicamente porque están en una cruzada basada en miedos y mentiras.»

Más allá de la cruzada que comenta Salazar, esta manera de hacer política refleja una brutal contradicción de estas élites: juran invocar la defensa de la patria y la democracia, pero a la vez sus discursos coinciden con la de estos grupos extremistas, con los virulentos discursos de odio, llamados a dar un golpe de estado, e incluso el uso habitual de expresiones inspiradas en el fascismo para atacar a sus opositores políticos e ideológicos.

Neofascismos o «el sentido trágico de la vida»

Que los reflectores estén sobre estos grupos en Perú responde también a una tendencia sociopolítica global que ha encendido las alarmas de muy diversas sociedades y gobiernos. Ahí están los Proud Boys y QAnon en Estados Unidos, donde el Departamento de Justicia consideró a estos grupos como la «mayor amenaza para la seguridad del país». Ahí está, por ejemplo, Géneration Identitaire en Francia, Amanecer Dorado en Grecia, o AfD en Alemania, países en donde se han iniciado investigaciones o se han disuelto o prohibido a este tipo de organizaciones neofascistas por sus acciones de «extremismo interno» o «terrorismo domestico».

Jason Stanley, filósofo de la Universidad de Yale y cuyo padre escapó de la Alemania nazi, ha explicado que estos grupos de ultraderecha extrema coinciden en emplear tácticas políticas de inspiración fascista que comparten con los movimientos totalitarios del siglo XX, aunque no necesariamente se vinculen a ellos: la exaltación de un pasado mítico desde el que releer el presente, el desprecio por la evidencia científica, la difusión de teorías conspirativas, el ultranacionalismo, el antifeminismo, la xenofobia y el odio al extranjero son algunas de sus banderas. Todas esas ideas y discursos, escribe Stanley en su libro How Fascism Works, «prosperan en condiciones de incertidumbre económica, cuando el miedo y el rencor pueden instrumentalizarse para enfrentar a unos ciudadanos con otros».

Si volvemos a las acciones de los grupos de ultraderecha peruanos, podemos notar sus vínculos con esas formas internacionales de pensamiento. En 2020, por ejemplo, integrantes de La Resistencia asistieron a un evento en Lima que tuvo como invitados al politólogo argentino Agustín Laje y la activista brasileña Sara Giromini. Laje es un conferencista que lidera una agenda contraria a los derechos de la mujer y de la comunidad LGTBIQ+. Giromini es una política de extrema derecha investigada por liderar Los 300, una milicia armada a favor del presidente Jair Bolsonaro y cuyo seudónimo, Sara Winter, es un homenaje a una antigua espía nazi.

«Son corrientes que podemos tipificar como neofascistas», ha explicado el historiador Tirso Molinari, estudioso del fascismo en el Perú, en una conferencia sobre el comportamientos de algunos de estos grupos. Veamos, por ejemplo, a estos miembros de La Insurgencia haciendo el saludo nazi con el brazo derecho levantado. O a este integrante de Los Combatientes del Pueblo, admirador de Luis Alberto Flores, líder de la extinta Union Revolucionaria y su milicia de «camisas negras», quien en los años 30 adoptó el modelo del fascismo italiano para el Perú. O la Sociedad Patriotas del Perú, cuyos miembros han desfilado con lanzas, escudos y banderas exhibiendo la Cruz de Borgoña, símbolo de un hispanismo que exalta la Conquista española, en las manifestaciones en el centro de Lima cuando Pedro Castillo ganó las elecciones. «Vamos a recuperar este país por las buenas o las malas», dijo el líder de este grupo en una entrevista. «Dios quiera que sea a las malas, solo falta la unión de militares y civiles que no queremos una guerra civil, sino recuperar lo que es nuestro».

Molinari sostiene que tales conductas e ideas no se plantean en términos de un debate político, sino en términos de una cruzada cuasi religiosa en contra de un enemigo que quiere destruir la familia, la fe y la vida de las personas. Dividen la sociedad en nosotros contra ellos: Nosotros encarnamos las virtudes; ellos, lo corrupto. Nosotros defendemos la libertad, ellos quieren quitárnosla. Nosotros protegemos la familia, ellos quieren destruirla.

«Son grupos que comparten un sentido trágico de la vida», me dirá luego el politólogo Alberto Vergara, autor de varios libros y artículos sobre política latinoamericana e investigador posdoctoral en la Universidad de Harvard. «¿Y en qué consiste esa tragedia para ellos? En que la civilización, entendida como un status quo, donde había jerarquías claras, se está yendo al carajo.»

Para Vergara, esta concepción hace que estos movimientos busquen restaurar el orden a través de una vía radical. «Si estás convencido», dice el politólogo, «de que que existe un «orden natural», en el que los hombres están arriba y las mujeres abajo; un «orden natural» en el que los blancos son superiores y los marrones y negros son inferiores; y ese «orden natural» se altera, y de pronto un negro, una mujer o un indígena es presidente, entonces vives con una angustia terrible. Y piensas: los ateos, los comunistas, las feministas, los homosexuales nos están ganando terreno. El mundo se está pudriendo. Hay que reaccionar, restaurar el orden».

¿Pero cuál es ese mundo que estos grupos de derecha radical quieren restaurar? «Para la derecha ese momento estelar, dorado, son los noventas», asegura Vergara: el régimen de Alberto Fujimori, una dictadura cívico-militar donde, «si bien hubo un tipo de restauración social y económica, es la época en la que las élites de derecha reaparecen y se fortalecen mientras que el mundo campesino, de los sindicatos, de las movilizaciones sociales es aplastado». 

No sorprende por ello que los miembros de La Resistencia y sus derivados extremos ultraradicales se sientan plenamente identificados con el culto a Alberto Fujimori, condenado por actos de corrupción y homicidio durante su gobierno, y a quien llaman «el gran pacificador», el «máximo héroe» y el «mejor presidente que tuvo el Perú».

El hito más claro de ese propósito restaurador es el golpe de Estado que dio Manuel Merino de Lama en noviembre de 2020, al vacar a Martin Vizcarra. Apenas Merino tomó el poder, su gobierno, apoyado por la élite de derecha conservadora como la Coordinadora Republicana, y el Congreso trataron, entre otras cuestiones, de asaltar el Tribunal Constitucional, censurar el canal estatal y sabotear la ley de reforma universitaria, que tanto fastidia a los empresarios que ven la educación como una simple mercancía. Su gobierno solo duró seis días, pues fue obligado a renunciar por la presión de las protestas ciudadanas. «Merino intentó recomponer el orden y fracasó. Y creo que eso a la derecha peruana le dio una sensación de angustia enorme», dice Vergara. «Una angustia que se agudizó con la entrada de Castillo al poder. Eso, para ellos, es intolerable. Es el acabose.»

Las razones de ese rechazo, sin embargo, tiene que ver sobre todo con una narrativa que el fujimorismo ha sabido capitalizar y los grupos de ultraderecha han exhacerbado en su discurso: la guerra contra el terrorismo.

Esa retórica puede verse claramente en los grupos de ultraderecha integrados por militares en retiro como la Legión Arica No Se Rinde, la Brigada Angamos y Los Hijos de Grau, que han tomado gran protagonismo durante las marchas organizadas en Lima contra el Gobierno desde la elección de Castillo. No solo se han sumado a las marchas por la nulidad de las elecciones y en apoyo a la vacancia: un análisis del discurso de estos grupos realizado por Ojo Público advierte que sus acciones apuntan a exigir un golpe militar por parte de las Fuerzas Armadas y a desconocer la presidencia de Castillo a través del «derecho a la insurgencia», amenazando con usar «tácticas de ataque y defensa en un combate».

«Venimos de una guerra civil contra Sendero Luminoso que ha hecho que tengamos el anticomunismo a flor de piel y que el terruqueo, en ciertos sectores, esté en la punta de la lengua», explica el politólogo Carlos Meléndez. «Y para cierto sector de la derecha, para un limeño de clase media alta, el comunismo no viene de la China, ni de Cuba o Venezuela, si no que lo asocia a la sierra, al interior del país, en las zonas más alejadas de Lima. En la época en que los senderistas se camuflaban entre la población, entre los campesinos. Entonces para ellos relacionar la figura del «terruco» con la de un campesino tiene una justificación dentro de su lectura del mundo.»

Ese factor tal vez hace que ese desprecio por el sector rural, representado en Pedro Castillo, se exacerbe. El racismo/clasismo propio de una sociedad colonial como la peruana hace que ese discurso de extrema derecha desde una mirada militar se potencie. Y en esa idea tanto la clase alta como la baja se encuentran. 

Por eso no sorprende cuando Patricia Chirinos, congresista de derecha, en un mitin, manda al carajo al Presidente. No sorprende cuando un chico dice en un grupo de WhatsApp a sus amigos: «Mano, ese es un cholo, sus votantes son alpacas que ni saben por qué votan». No sorprende cuando una ama de casa de San Isidro llama a Castillo «serrano ignorante» porque «no sabe leer ni hablar bien». No sorprende que muchos usuarios en redes sociales se diviertan al ver cómo una familia de la élite limeña manda a hacer una piñata con la cara de un burro y un sombrero para su pequeño, mientras que la torta, para sus invitados, es la de chalanes blancos subidos a elegantes caballos de paso.

Alberto Vergara lo resume así: «Los señorones de la derecha no pueden tolerar que alguien como Castillo sea presidente y, aún más, que sea presidente y no se arrodille ante ellos. Porque en última instancia lo que mueve acá es que muchísima gente está educada para que mande un hombre blanco».

En busca de una derecha más radical

Más de tres años después, el proyecto de La Resistencia va hacia la creación de un partido político. Para lograrlo, por ahora, están en proceso de registrar el nombre en registros públicos y de convertirse en una asociación civil. Tras su desencanto con Fuerza popular y Keiko Fujimori, el camino es convertirse en una opción atractiva para los votantes peruanos. Incluso, me dice Muñico Gonzales, ya tiene en mente una plancha presidencial ideal con quienes considera «halcones de la derecha»: la ex legisladora fujimorista Rosa Bartra (con quien Muñico postuló sin éxito al Congreso en 2020 por Solidaridad Nacional), al abogado Humberto Abanto (acusado de recibir sobornos para Odebrecht) y al ex juez supremo Javier Villa Stein, impulsor de la vacancia de Castillo y miembro de la Coordinadora Republicana, que hace un tiempo declaró: «Lo que esta pasando en el Perú es terrible, pero felizmente existe este grupo, La Resistencia, del que yo me vuelvo un militante activo».

—Debe haber una derecha mas fuerte, una derecha mas pragmática, no titubeante ante lo que es la izquierda y el comunismo —dice Muñico Gonzales—. Lo que ahorita está pasando es porque nosotros lo hemos permitido, porque nuestros representantes de la derecha son unos tibios, que se han dejado pisar el poncho.

El politólogo Carlos Meléndez explica que imaginar a La Resistencia como partido político sería viable debido a que los partidos en Perú son débiles estructuralmente, y no tiene una raíz, una conexión fuerte con la población. «Por eso la política peruana se ha articulado hoy en base a tribus. Hay tribus conservadoras de la DBA (Derecha Bruta y Achorada) así como hay tribus de izquierda, los llamados «caviares»». Frente a la crisis de los partidos políticos, colectivos como La Resistencia intentarían capitalizar el vacío que deja Fuerza Popular, un partido que antes aglutinaba a todos los sectores populares, incluidos los más extremos. «Entonces podríamos estar ante un germen de lo que podría ser un VOX peruano.»

vox, el partido de extrema derecha español, se ha convertido en un modelo que ha generado un efecto dominó en el mundo latinoamericano

VOX, el partido de extrema derecha español, se ha convertido en un modelo que ha generado un efecto dominó en el mundo latinoamericano al momento de incentivar ideológicamente a estos grupos extremos de derecha. Pero, mientras ese proyecto cristaliza, el líder de La Resistencia está fijándose en las opciones electorales que coincidan con su pensamiento. 

—Apoyaremos todas las manifestaciones que tienen que ver con la defensa de la vida y con la defensa de la familia, en contra de la ley del aborto. El gobierno quieren imponer la ideología de género, el lenguaje inclusivo a mí me parece idiota. Hay un sector ideológico que quieren destruir a nuestra familia, destruir al hombre. Las feministas van contra el hombre porque saben que es el jefe de la familia, es el jefe del hogar. Por eso vamos a apoyar al candidato que vaya con nuestros ideales, al nivel de un Bolsonaro, por ejemplo. En ese sentido me siento más cerca de López Aliaga.

Conocido como Porky, Rafael López Aliaga es uno de los promotores de discursos de odio contra las mujeres, contra la comunidad LGTBI y contra los periodistas en la última campaña. Este empresario millonario, miembro del Opus Dei, que asegura sin rubor ser «adicto a la eucaristía» y autoflagelarse todos los días con cilicio para mantenerse célibe, será candidato para la alcaldía de Lima este 2022 y, por los votos que sacó en las últimas elecciones en la capital, parece posible que gane.

«En sociedades polarizadas hay espacio para estos candidatos radicales que, en situaciones normales, serían de un nicho muy pequeño. El problema es que no debería haber oferta para posiciones extremas, porque los extremos están muy cerca de ser antiestablishment», me había advertido el politólogo Meléndez. «En realidad una sociedad es gobernable si los extremos no tienen élites que los representen. Pero si eso pasa, como estamos viendo ahora, estamos jodidos.»

(Lima, 1986) Periodista y editor. Autor de libros como Algo nuestro sobre la tierra y Guerras del interior. Ha recibido los premios de periodismo Ortega y Gasset en 2016 y Gabriel García Márquez en 2018.

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Joseph Zárate

(Lima, 1986) Periodista y editor. Autor de libros como Algo nuestro sobre la tierra y Guerras del interior. Ha recibido los premios de periodismo Ortega y Gasset en 2016 y Gabriel García Márquez en 2018.